viernes, 23 de noviembre de 2012
nuestro patrimonio más valioso
Las recientes lluvias de los últimos días han hecho cambiar tanto el paisaje que todavía hoy me sorprendo cuando me asomo a alguna zona que hace poco más de un mes tenía un aspecto que poco se parece al actual. Un delicado manto verde inunda desde hace unas semanas el oscuro tapiz de la gran sierra septentrional de Andalucía, aclarando su piel hasta un nivel que en muchas zonas bien podría parecerse a ese claro y brillante verdor de las sierras del norte de nuestro país.
Bien entretenido estaba yo fotografiando estos cambios paisajísticos con el teléfono móvil para enviarle la imagen a un amigo a través de uno de estos modernos programas de chat que usamos hoy día casi todos los habitantes de la urbe para que viera lo bonito que estaba el paisaje estos días en esta parte de la sierra, cuando justo al girarme para volver sobre mis pasos y llegar hasta donde tenía el coche me encuentro con este fantasma, cara a cara, a tan poca distancia de mis incrédulos ojos que tuve incluso que dar un par de pasos hacia atrás y recoger el teleobjetivo que colgaba de mi hombro hasta los 150 mm de distancia focal para poder conseguir una fugaz foto de su figura sin que ninguna parte de su cuerpo se me saliera fuera del encuadre.
Algo buscaba nuestro amigo, su conducta dejaba entrever su escasa prisa; su atención, aparentemente pasiva, estaba tan sumida en su propósito que apenas me dedicó una efímera y despreocupada mirada de reconocimiento interespecífico. Ni corto ni perezoso se levantó, se acercó todavía más a mí, atravesó la valla por debajo y siguió su campeo lentamente con el orgullo que corresponde al que es probablemente el más perfecto de todos los matadores solitarios del Paleártico.
Así, queridos seguidores de mi cuaderno de campo, es como me he topado yo con este bello animal, al margen de la opinión que pueda tener quien piense que la simple realización de una mera foto lleva siempre necesariamente implícita la correspondiente molestia al animal protagonista de dicha imagen. Digo esto porque he oido a mucha gente criticar a los fotógrafos linceros (incluido un servidor) y después los he visto hacer cosas en el campo que ya quisiera para sí el más hipócrita de los ecologistas de salón. Desde luego, si hubiera que presentar un video de los hechos como prueba junto a cada acusación que se hace, pocos envidiosos iban a tener la valentía de tirar esa primera piedra de la que tanto se suele hablar.
Bien está que el lince lo disfruten los naturalistas profesionales que trabajan con él (en la mayoría de los casos con resultados positivos), bien está que el lince los disfruten los paseantes y senderistas que de forma fortuita se crucen con él en alguna de sus caminatas de domingo bañado por el sol, bien está que disfrute del lince su propia madre cuando éste todavía no ha alcanzado la edad propia de la emancipación, bien está que lo disfruten incluso los monteros cuando arma en mano se disponen a patear la sierra en busca de algún ungulado que les alegre el día... pero también está bien, pienso yo, que unos pocos que respetamos al gran gato (y todos los que hemos compartido esos lugares que todos los linceros conocemos sabemos o creemos saber de qué pie cojea cada observador) disfrutemos también de su presencia y sus observaciones con el respeto que siempre le hemos tenido. Quien realmente conoce al lince sabe que una persona que permanece estática como una gárgola durante todo el día en uno de esos lugares públicos difícilmente va a provocar molestias a nuestro querido protagonista, pero otra cosa bien distinta es actuar de cualquier manera que sea claramente intrusiva sin dejarles vivir su vida, persiguiendo una asquerosa foto como único fin.
Al lince hay que protegerlo, y pienso yo que una de las muchas formas que existen para hacerlo es, por ejemplo, publicando imágenes suyas y haciendo a la vez de divulgador científico de los beneficios que aporta esta especie en el equilibrio de nuestra biodiversidad. No hay mejor forma de fomentar el amor a la Naturaleza que actuar como comunicadores de nuestro patrimonio natural. Como ya dije en otra ocasión, escribir es fácil si se tienen ganas y tambien si se conoce bien el tema sobre el que se está escribiendo, y bien sabe quien me conoce y me lee que es precisamente eso lo que yo intento, aunque a veces no llegue a conseguir que el número de lectores sea demasiado alto. Sinceramente, con que alguien capte el mensaje de lo que intento transmitir y cambie de alguna manera su conducta en pro de una mejor conservación de nuestra Naturaleza, yo me doy más que por satisfecho. Sólo en esos casos merecen la pena tanto el tiempo como el dinero que se me van en esto, que bien podría invertir en descansar en el brasero de mi casa leyendo un buen libro, o bien en salir los sábados por la noche para encontrar esa novia que todos los esclavos de las costumbres impuestas por la cultura humana me aconsejan para "quitarme los pájaros que tengo en la cabeza", pero que sin embargo invierto en algo que no me da de comer, pero sí que me da ganas de comer, y eso creo que es importante. Y si encima consigo que algunos miren al campo con mejores ojos, mejor.
Quizá sea cierto que hoy día hay más gente en el campo observando linces "por culpa", como dicen, de las innumerables publicaciones que se hacen en todos los medios disponibles, sobre todo en internet (lo cual, en principio, no tiene por qué tener consecuencias tan dramáticas), pero en cambio creo que también hay más amantes de nuestros gatos gracias a esas publicaciones de las que hablamos tanto en un sitio como en otro. Precisamente, uno de los atractivos con que el Parque Natural de la Sierra de Andújar, el Parque Natural de las Sierras de Cardeña y Montoro y el Parque Nacional de Doñana se venden a sí mismos es el lince ibérico, así que vamos a observarlo mientras lo podamos hacer de alguna forma inocua y legal, pero con el respeto que se merece. En general, y hablo en términos estrictamente estadísticos, creo que no nos portamos tan mal en el campo; otra cosa son los coleccionistas de fotos que se hacen llamar naturalistas, una minoría por cierto, pero suficientes para manchar la reputación del más respetuoso de los amantes reales de la Naturaleza.
Por otro lado, y cambiando ya de tercio, los más puristas de la fotografía de naturaleza reiterarán una y otra vez, y además con toda su razón, que esa valla algo difusa de la imagen, tan odiada como inoportuna cuando no la queremos en las fotos, no es precisamente uno de esos elementos que se vayan a encargar de realzar la fuerza de la imagen, si es que esta imagen puede tener fuerza, pero yo creo que el momento vivido vale más que cualquier mero montón de píxeles.
Pongo la imagen en vuestras manos para que me digáis (no seáis malos, jeje) si la valla es algo que destroza la imagen o si por el contrario podemos considerarlo como algo propio desde hace ya unos años en la mayoría de los territorios de nuestros grandes gatos. Pongo en vuestras manos también el texto, para que reflexionemos sobre los riesgos que puede tener y de hecho tiene actualmente el turismo verde, y para que también, en base a lo explicado, sepamos elegir mejor el color de la ropa que nos ponemos y el volumen de voz que usamos con vuestros semejantes cada vez que paseamos por algún espacio natural protegido en cualquier tarde de domingo, porque si es cierto que en la mayoría de los casos el paseante lleva la mejor intención del mundo en ese entorno que desea visitar, también hay que tener en cuenta que muchas veces, sin quererlo, podemos causar alguna pequeña molestia a la fauna, que con unas mínimas nociones sobre comportamiento y educación ambiental podríamos evitar fácilmente.
De esta forma, cuando volvamos de nuestras jornadas de observación, de fotografía o de paseo, quizá lo hagamos con más y mejores imágenes en nuestro archivo o en nuestra retina, que también podremos utilizar o no como embajadoras de nuestro gran gato cerval, y tanto los agentes de la autoridad como los guardas estarán más conformes con nuestra conducta.
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lince ibérico,
Manuel Cruz
viernes, 2 de noviembre de 2012
la mansión del gran monje
Hace ya bastantes horas que aprieta el sol en uno de los muchos bosques mediterráneos que nutren de oxígeno el todavía impoluto aire del norte de Extremadura, para muchos el paraíso de las aves en España, cuando un adulto de buitre negro extiende una de sus grandes alas para intentar proteger a su único pollo del tórrido sol estival que impera ya desde hace muchas semanas en lo alto del nido en pleno mes de julio.
El buitre negro, que con sus casi tres metros de envergadura ostenta orgulloso el título y el honor de ser ave más grande de Europa y una de las especies orníticas más voluminosas y pesadas del mundo, poco a poco va abriéndose hueco en nuestras no demasiado grandes extensiones forestales, subiendo lentamente su demografía a un ritmo que suaviza desde hace ya algún tiempo la preocupación de ornitólogos y conservacionistas, pero que aun así nos recuerda que aun no podemos bajar la guardia, al menos de momento.
Catalogado desde el año 2008 como “Casi Amenazado” según la Categoría Mundial IUCN, y como “Vulnerable” en la Categoría España IUCN en 2004, a nivel mundial la población de buitres negros se puede mantener, pero si hablamos sólo de España la situación es menos favorable, de hecho esta especie estuvo en grave riesgo de írsenos de las manos hace ya algunas décadas. Concretamente en los años 70 contábamos con sólo unas 200 parejas, frente a las cerca de 2440 que se estiman actualmente en base a los datos obtenidos en el Censo Nacional desarrollado por SEO/BirdLife en el año 2006.
El uso de venenos no selectivos (como ya se dijo en otro artículo) y las malas prácticas de los coleccionistas de huevos (por suerte ya casi extintos) han influido mucho en la situación que ha sufrido durante años esta especie, muy fácil de confundir a simple vista con la figura de su poco más pequeño hermano, el buitre leonado.
Después de una larga y calurosa sesión, me atrevería a decir incluso que aburrida (ya que la fenología reproductiva del buitre negro es una de las "digestiones reproductivas" más pesadas de nuestras latitudes y, estadísticamente hablando, en un solo día no suele pasar nada que sea realmente interesante desde el punto de vista de la dinámica fotográfica), del madrugón padre y de un viaje en coche de 5 horas hasta llegar a casa de madrugada mas el precio del respectivo combustible de la ida y de la vuelta (10 horitas a 2700 rpm), de la comida y en definitiva de todo lo relacionado con la realización de la foto, que dicho sea de paso salió de mi bolsillo, uno se acuesta tranquilo (tarde, pero tranquilo) con la convicción de que el viaje para ver a esta gran joya de nuestra fauna ha merecido la pena. A decir verdad, siempre merecen la pena los kilómetros, el dinero invertido y el esfuerzo en general, aunque no se hagan fotos a la primera (que suele ser lo habitual), ya que siempre se aprende algo y se viven cosas imposibles de plasmar en una imagen o en las letras manuscritas de un cuaderno de campo.
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