sábado, 23 de julio de 2011

¿te gustan los peces de colores?

Tener un acuario en casa es uno de los muchos caprichos que habitualmente podemos encontrar.
El negocio de vender peces de colores y formas exóticas está llevando a una situación extrema de conservación a muchas especies. Sobre todo a especies de una gran belleza y que se suelen encontrar asociados a los arrecifes de coral.

La película "Buscando a Nemo" dió lugar a que muchas personas demandaran tener a los protagonistas de la película en un acuario en su casa, lejos del mensaje final de libertad que intenta transmitir la historia de la misma.


La sobreexplotación de este tipo de peces está causando la extinción de especies como la del pez payaso (Nemo) o el pez cirujano (Dori en la película).

Otra situación que a veces se produce es cuando una familia se cansa de cuidar su acuario y se le ocurre la feliz idea de liberar a los peces en un embalse u otro entorno natural para que estos animalitos tengan espacio para crecer y nadar libremente. En estos casos puede ocurrir dos cosas:

1. Que los individuos mueran, debido a que les falta el alimento, a las condiciones climáticas adversas o a la contaminación del agua. Esto es lo que ocurre en la mayor parte de las ocasiones.

2. Que sea una especie con elevada capacidad de adaptación al medio y termine multiplicándose y arrebatando los recursos naturales  a las especies autóctonas, llevando a éstas a su declive o incluso a la extinción.

¿Cúal es la solución a este problema?
Muy fácil: no comprar especies exóticas y en el caso de tenerlas ya, nunca liberarlas al medio natural.
Si tienes una pecera o acuario y ya no puedes hacerte cargo de los animales, entrégalos a la administración ambiental competente, una asociación protectora de animales o a alguien que se quiera hacer cargo de ellos.

Este mismo consejo es aplicable a todas las especies exóticas, ya sean aves, reptiles, mamíferos, insectos,.... también a las plantas.

Si se acaba la demanda de este tipo de especies estaremos protegiendo su vida y consevación en el medio natural.

sábado, 16 de julio de 2011

y tu?

Desde luego, está claro que ver un lince por primera vez no deja a nadie indiferente. La casa de la ciencia ha recogido en un fantástico video las impresiones de diferentes personas que han visto alguna vez un lince.

Yo no he visto ningún lince, al menos no en directo en el campo, aunque  espero que algún día pueda llegar a ver alguno en libertad, eso debe ser una experiencia única, porque nuestro lince es único.

Y tu, ¿has visto un lince?


domingo, 10 de julio de 2011

un lince adoptado

Es la primera vez que ocurre en el Programa de Conservación Ex-situ. Me refiero a una adopción de un cachorro de lince en otra camada.

La lincesa Brisa parió dos cachorros el 22 de marzo en el centro de El Acebuche: Hache y Huelva, pero fueron abandonados por su madre. El día 25 fue trasladado uno de estos cachorros al centro de La Olivilla donde se procedió a insertarlo dentro de la camada de Castañuela, que 48 horas antes había dado a luz a Hiera e Hierba.

Castañuela acogió al pequeño lince desde el primer momento, prestándole las mismas atenciones que a sus propios cachorros. Y como no es lo mismo leerlo que verlo, aquí tenéis el video de los hechos.



Nunca dejarán de sorprenderme estos linces ibéricos.

sábado, 9 de julio de 2011

la agresividad humana


Tal y como dice el título de esta página de nuestro cuaderno de campo, hoy vamos a hablar sobre la agresividad humana, pero desde un punto de vista puramente zoo-antropológico, si es que puede existir esa palabra, y sin olvidarnos en ningún momento de su versión paleo-antropológica, que va por otro lado, basándonos principalmente en algunas observaciones y experimentos que han sido realizados y relatados por algunos importantes naturalistas, antropólogos y etólogos a través de lo que los científicos que estudian a nuestra especie llaman “estudio de conducta comparada”.

¿Y qué es eso? Algo tan simple y a la vez tan complejo como analizar nuestra conducta, nuestra psicología o nuestra “etología humana”, llamadlo como queráis, pero comparándola directamente con la de otros animales que de alguna manera siguen unas pautas conductuales paralelas a las nuestras, sean o no similares a las que rigen nuestro comportamiento.

Para ello, qué mejor ejemplo podemos usar que el de los lobos, las gallinas, los ciervos, las cabras montesas… en definitiva animales sociales como nosotros, todos ellos tan distintos, pero sin embargo tan parecidos en sus códigos del lenguaje y sobre todo en sus respectivas jerarquías, unidos principalmente por una conducta de tipo social en la que todos consiguen convivir juntos pero no revueltos, sin una aparente competencia que cruce sus vidas de alguna forma que no sea la apropiada.

Vamos a explicar esto, pero primero vamos a diferenciar a todos los animales en dos grandes grupos: por un lado los carnívoros, esos depredadores armados de uñas, picos y dientes, que son capaces de matar a cualquier enemigo o presa en solo un momento con la furia que les caracteriza, y por otro lado aquellos animales que no tienen armas diseñadas para matar, que si quisieran eliminar a otro ser de una forma eficaz necesitarían estar una semana picándoles en la espalda o propinarles varias cornadas con el consiguiente riesgo de invertir los papeles que esto acarrearía para ellos.

Estos últimos nunca van a morir en sus enfrentamientos con dichas armas, ya que estas armas están diseñadas para no matar. Por muy fuerte que sus cabezas choquen entre sí, pongamos una pelea de ciervos, cabras o muflones como ejemplo, precisamente esas curiosas y variadas formas y curvas que tienen estas cornamentas son lo que permite que jamás lleguen a clavarse en el cuerpo de su rival, y lo que es más curioso, estos animales siempre esperarán a que su oponente esté de frente, jamás lo atacarán por la espalda, pues eso es lo que la evolución ha escrito en sus cerebros que deben hacer siempre. Y cuando uno de los dos se sienta vencido, solo tendrá que darse la vuelta y marcharse, enterrando desde ese mismo instante el hacha de guerra propio y el de su oponente de una forma inmediata y automática.

Imaginaos ahora dos lobos, fieles representantes del otro gran grupo que os contaba, peleando por acceder a un puesto más alto en su desarrollada jerarquía. En una pelea de carnívoros salvajes armados de dientes, al igual que con el otro grupo y aunque roce lo paradójico, es prácticamente imposible que uno de los dos antagonistas muera como consecuencia de dicho combate, por peligrosas y afiladas que sean las armas de su oponente. Cuando uno de los dos se dé cuenta de que es el más débil en el enfrentamiento y no tiene nada que hacer con su competidor, le bastará solo un gesto, solo una pequeña señal, como por ejemplo ofrecer el cuello al vencedor o bajar la cola y ponerla entre las piernas, para inhibir su ataque y acabar con la pelea inmediatamente, sin ocasionar su muerte entre los cuatro potentes y letales caninos de su rival.

Esta es la forma que ha elegido el sabio camino de la evolución para preservar las especies que pueden hacerse daño entre sí, puesto que si en cada pelea se perdiera la vida de uno de los dos irritados contrincantes, probablemente la mayoría de los animales que en algún momento de su vida van a luchar por una hembra, por un territorio o por acceder a un nivel superior de su jerarquía estarían ya extintas. ¿Y cómo se ha conseguido esto? Pues, como acabamos de ver hace sólo unas líneas, con algo a lo que nosotros le hemos dado el nombre de evolución natural, a través de unos cuantos millones de años de cambios psicogenéticos que se han ido transmitiendo muy poco a poco, con paciencia, de generación en generación.

Durante varias decenas de millones de años, al mismo tiempo que les iban creciendo las cornamentas o los colmillos, según la especie, estos animales iban desarrollando unas pautas de conducta que les impedía usar sus propias armas contra otros compañeros de su misma especie. Pasa algo parecido también con los animales venenosos; ellos saben muy bien que necesitan su veneno para cazar, y como consecuencia directa de ello jamás malgastarían ese veneno mordiendo o picando gratuitamente a cualquier animal, a no ser que se sintieran acosados por alguna presencia o actitud inadecuadas en un momento determinado. Para todo esto que os acabo de contar hace falta mucho tiempo de evolución; recordemos que en términos evolutivos el tiempo pasa muy deprisa, y unos cuantos millones de años apenas representan un único escalón en la gran escalera de la evolución natural.

Vale Manolín, me parece muy bonito, usas muchas palabras técnicas, lo cual te hace aparentar razón, pero yo quiero creerte; explícame ahora qué tiene que ver todo esto con la agresividad humana.

Recordemos por un momento lo del estudio de conducta comparada que os decía al principio. El hombre no posee armas naturales propias. No tiene colmillos desarrollados, no es venenoso, ni siquiera tiene uñas afiladas, por no hablar de su fuerza física, que comparativamente hablando deja bastante que desear. Nuestra especie empezó a usar armas fabricadas con piedras hace quizá medio millón de años. Estas armas no eran suyas, no evolucionaron en su cuerpo. Si hablamos de espadas, nos remontamos a unos 7000 u 8000 años. Y las armas de fuego ya ni las mencionamos, ya que las tenemos en nuestras manos desde hace solamente unas cuantas decenas de años.

Digamos que en el tiempo que llevamos usando armas, evolutivamente hablando no hemos tenido tiempo suficiente para desarrollar paralelamente unas pautas de conducta que nos impidan usar esas armas salidas casi de la nada contra nosotros mismos. En consecuencia directa, no sabemos pelear para llegar a un acuerdo instintivamente, pacíficamente si se puede llamar así, sin hacernos daño, tal y como hacen los animales sociales cada día.

Cuando el hombre propina un puñetazo a un compañero de su propia especie, lo hace seguramente debido a un episodio de odio o rencor fugaz y volátil, a causa quién sabe si de alguna tontería sin importancia. Cuando el hombre apunta a un conejo con una escopeta, lo hace por puro ocio, nunca por instinto, porque su cultura se lo ha enseñado así. Cuando el hombre apunta a un grupo de soldados con el cañón de un tanque que no es ni siquiera de su propiedad, lo hace probablemente guiado por los intereses económicos de un superior que lo está coaccionando a hacer algo que se sale de sus principios morales.

Sin embargo, cuando un guepardo mata a una gacela, lo hace por puro instinto, porque lo tiene escrito en su cerebro y no por una conducta cultural, y además siempre matará a una gacela coja, débil o herida, porque sabe elegir a sus presas y además necesita alimentarse de carne y sólo de carne, y nunca matará más gacelas que las que necesita para sí mismo y su prole. Cuando una víbora hocicuda muerde a un ser humano, cuando un escorpión amarillo inyecta su veneno a una persona, incluso cuando un pigmeo caza un elefante para dar de comer a toda su tribu, lo hacen exclusivamente dentro de unas pautas conductuales que obligan a estos animales a defenderse ante una posible agresión de su bípedo antagonista, o en el caso de los pigmeos o cualquier otra etnia estrechamente vinculada a su medio ambiente, para resolver la necesidad de alimentarse. Dicho sea de paso me parece especialmente curioso, queridos lectores de mi cuaderno de campo, que casi todas las mordeduras de víbora y casi todas las picaduras de escorpión se produzcan en la mano. ¿Analizamos?

martes, 5 de julio de 2011

estenófagos

Nuestro lince ibérico (Lynx pardinus) es un especialista trófico, se alimenta fundamentalmente de conejos (Oryctolagus cuniculus), suponiendo éstos aproximadamente el 90 % de la biomasa consumida. Ocasionalmente puede capturar gamos, perdices, micromamíferos o anátidas.


En términos científicos, a los organismos que tienen una dieta muy restringida, y cuya estrategia alimentaria consiste en consumir unos pocos elementos que le resultan muy nutritivos, se les conoce como estenófagos.

Esta forma de supervivencia supone un peligro para la conservación de la especie, ya que su especialización supone depender de las poblaciones de conejo en el monte mediterráneo donde habita. Por este motivo, las múltiples enfermedades que han afectado en los últimos años a los conejos, junto con las actuaciones de cazadores y destrucción del hábitat han llevado al lince ibérico a situarse en una situación crítica de conservación de la especie.

Si la estenofagia es extrema, por ejemplo la de algunos parásitos, se denomina monofagia, mientras que la estenofagia moderada se conoce como oligofagia.

Otros ejemplos de estenófagos son:

- Oso panda (Ailuropoda melanoleuca): se alimenta en un 99 % de bambú.

- Quebrantahuesos (Gypaetus barbatus): necrófaga especializada que se alimenta principalmente de huesos de carcasas de mamíferos.

- Koala (Phascolarctos cinereus): sólo se alimenta de hojas y yemas de eucalipto.

Estas especies también se encuentran en peligro de extinción. Su especialización alimentaria les hacen ser muy vulnerables. Por tanto, las medidas de conservación deben empezar por proteger la base de la pirámide trófica.